El día que la música murió

american pie don mclean

Se cree que Don McLean rememoraba en su archiconocida “American Pie” el fin de una época musical con la muerte en accidente de avioneta de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper. A todos nos suena aquel estribillo que empieza “bye-bye Miss American Pie…” y termina con “the day the music died”.

El fin de una época

Pues aunque aquel triste accidente ocurrió en 1959, la música ya estaba muerta desde hace mucho antes. El asesino, el Edificio Brill.

Ocurrió que, tras el boom inicial del Rock’n’roll, los artistas se habían aupado al estrellato. De repente, jóvenes cantantes se convirtieron en ídolos de masas. Pero el negocio olió que allí había mucho dinero en juego, y aparecieron los agentes, productores, discográficas, distribuidoras… Y en muy poco tiempo, mercantilizaron la música, haciendo pasar el arte por el rodillo de la producción en masa.

Pero estaréis pensando que eso no es posible, que los músicos tendrían sus propios tiempos, sus periodos de inspiración, de composición, de relajación y de preparación de nuevos proyectos. Pues no. La industria no iba a permitir que perdieran el tiempo de esa manera.

¿Seguís pensando que no era posible crear una fábrica de música? La industria discográfica norteamericana demostró que sí lo era. El Edificio Brill fue la gran demostración.

edificio Brill

Ubicado muy cerca de Times Square en la calle 49 de Manhattan, contaba con 11 pisos, en los que se concentró toda la producción musical desde la época de las “big bands” antes de la Gran Guerra, hasta los estertores del Rock’n’Roll.

Allí el autor podía escribir una canción, ir a otro piso y obtener unos arreglos rápidos y una partitura por 10 dólares, reproducirla en la copistería, reservar una hora en un estudio de grabación, contratar a algunos músicos y finalmente obtener el corte de la canción. A continuación, podía intentar venderla por todo el edificio entre compañías discográficas, editores, agentes o incluso a otros artistas. Si cerraba el trato, finalmente era el turno para los promotores que vendían la canción a las estaciones de radio.

Una fábrica de hits

Me da pena al imaginar a aquellos autores, cantantes, músicos, intérpretes… todos hacinados en pequeños cubículos para dar con el próximo hit antes que el artista de al lado. Era una lucha sin cuartel, estresante al máximo, muy competitiva.

componiendo en el edificio Brill

 

No es de extrañar que todo lo que salía de allí sonaba igual, o al menos parecido. La máquina, una vez engrasada, sacaba canciones como churros. Tanto fue así que hasta se acuñó el término “sonido Brill”. Se sabía lo que gustaba al público, y sólo había que ajustar la cadena de montaje para replicar el producto con los mismos moldes, siendo diferente únicamente el acabado final. Cual fábrica de productos chinos de todo a cien.

La música murió cuando la industria se aupó por encima de los músicos, convirtiendo el arte en mercancía, la creación en producción, la inspiración en dólares. Los artistas quedaron eclipsados detrás de sus propias canciones. La industria se encargó de silenciar a los díscolos artistas que entorpecían un constante flujo en sus cajas, y de promocionar a aquellos que se dejaban manejar por los hilos de la industria.

De todas maneras, no todo fueron sombras. De allí salieron excelentes canciones que, de no haber sido por el Brill, quizás nunca hubieran llegado a nuestros oídos. Algunos ejemplos, el “Be my baby” de Las Ronettes, “You don’t own me” de Lesley Gore, o “Dream Lover” de Bobby Darin. Fantásticas y deliciosas melodías que nunca nos cansaremos de escuchar.

edificio Brill antes y después
Edificio Brill, antes y ahora

Una interpretación novelada.

El propio McLean advirtió que “Encontrarán muchas interpretaciones de mi letra, pero no les diré la mía”. Pues bien, esta ha sido la mía.

En LA MÚSICA DE LAS ESFERAS encontrarás los planes de una organización secreta denominada La Academia para conquistar el mundo a través de la música. No dudaban en usar métodos expeditivos para eliminar a los artistas discordantes, pero todo eso es ficción… ¿O no?

Descúbrelo leyendo la novela

Escucha a Don McLean y analiza la letra por ti mismo.

 

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